Al fin llegó el esperado segundo día. El sol lucía fuerte, desafiando descaradamente a las previsiones meteorológicas. El color verde de la naturaleza, con sus mil tonalidades, desde el brillante de la hierba fresca hasta el de los helechos del bosque centenario, nos sorprendieron. El matiz verde del hotel Mesón de l’Ainsa es más difícil de definir. Todo lo contrario de lo que ocurrió con Luisa y Ramón, sus gestores, pues las infinitas dosis de amabilidad, hospitalidad y disponibilidad que han derrochado con nosotros han contribuido, fuertemente, a que los días pasados en Aínsa hayan sido verdaderamente felices.
Durante el desayuno en el comedor, compartido por un grupo de moteros, se respiraban nervios, ganas y pasión, como el color “rojo +”, que califica la ruta “País de Lobos”, elegida por los flowriders entre las 20 rutas que integran la Zona Zero. La elección no es fruto del azar, sino de un trabajo previo de investigación, de comprobación del terreno y de la adaptación a quienes decidieron unirse a esta increíble experiencia.
La ruta parte del hotel con una pista paralela al río Ara, en la que se empieza a disfrutar del paisaje. Tras unos kilómetros, y pasado Margudgued, se interna en el barranco de Sieste, y por él avanzamos sobre un lomo granítico del que el agua arranca, graves músicas, chocando y rompiendo contra ella. Los asomos de roca se alternan con inesperados tramos fangosos de jabre que al frenar la bici, aceleran la pedalada y nos recuerdan que, en ruta, uno siempre tiene que estar alerta.
Y llegaron las rampas, muy exigentes, por senderos rodeados de sabinas. Las increíbles vistas, la compañía, las risas y las ganas de alcanzar la cima diluyeron con creces la dificultad de la subida. Como en la rutina diaria, es necesario resistir la pendiente y sentir el esfuerzo, para luego disfrutar ampliamente de la bajada. La vida nunca florece en la comodidad.
Fuimos llegando a la rampa final por subgrupos que, por tramos, siempre deben permanecer unidos. Los distintos niveles de experiencia y el fondo físico personal se ven compensados por el espíritu de equipo que siempre permanece presente. Las últimas rampas hasta Morcat resultaron increíbles. Las vistas y la cercanía del primer objetivo hacen sentir que la vida no te está esperando en ninguna parte, te está sucediendo, está aquí y ahora, en tu respirar, en el latir de tu corazón.
Morcat es lugar curioso y atractivo, un pequeño pueblo en estado ruinoso en el que destaca la cuadrada torre de su también arruinada Iglesia. Aprovechamos para charlar con los únicos tres endureros que hemos encontrado en ruta en nuestros días en Aínsa. Unas fotos, unas risas y nos ponemos las protecciones listos para disfrutar de la “ainsiada” bajada. La complejidad del terreno imprime emoción al descenso: bosque cerrado, rocas desafiantes, curvas sinuosas, trialeras rotas, algún tramo limpio…
La última parte del itinerario combina sendas, caminos ytramos en los que hay que portear la bici, bajadas por losas y terreno suelto de granito descompuesto, todo ello con mucho “flow”.
Comentar la ruta con unas cervezas es casi tan importante como la ruta misma, algunos miembros del grupo dirían que incluso más… Hemos pasado una mañana increíble de enduro. Tan increíble como el entorno, la ruta y, sobre todo y ante todo, la compañía.