Enduro bajo la lluvia

Podría haber sido un sábado más de octubre, de esos en los que un sol de otoño nos regala una magnífica temperatura y nos permite rodar sin demasiado abrigo. Pero, en este caso, no era así, la lluvia sonaba al otro lado de la ventana e invitaba a quedarse en casa, a refugio del agua, el barro y las posibles caídas. Sin embargo, la pasión por este deporte es mucho más fuerte que la comodidad, y nos empujo a saltar de la cama a la hora prevista para cumplir nuestro compromiso con los pedales.

De camino a Navalafuente la lluvia, aunque suave, es constante, y parece que quiere poner a prueba nuestra voluntad. Una vez en el punto de encuentro, preparamos nuestras monturas y colocamos las protecciones en las mochilas,  conscientes de lo «delicadas» que encontraríamos las piedras de las trialeras por las que teníamos previsto rodar. Lejos de estar desanimados, el musgo sobre las piedras, el agua y el barro de los senderos, aportaría un extra de emoción a nuestra mañana de enduro por la Sierra de la Cabrera.

Comenzamos a pedalear con dirección a Bustarviejo por el Camino de Miraflores primero y el de las Viñas después, ambos pistas bien compactas que aunque húmedas absorben bien el agua y no tienen ni barro ni excesivos charcos. La lluvia cada vez es menor y apenas nos mojamos. Subimos a ritmo de calentamiento, sin prisas pero sin pausas y con la típica charleta que ameniza los ascensos y nos provoca las habituales risas, siempre presentes en nuestras rutas. En un «visto y no visto» hemos pasado las ruinas de Los Barracones, y unos metros más adelante tomamos la primera de las trialeras.

El descenso no tiene ni mucha longitud, ni mucha pendiente, ni dificultad alguna, pero es una senda entretenida, con algunos surcos, losas y piedras que nos permiten «juguetear» hasta llegar a la carretera, junto al puente del ferrocarril, cerca del Pornoso. Hacia esta urbanización nos dirigimos, por el camino que discurre paralelo al arroyo de Cargüeña, para atravesarla y continuar al norte hacia la Cañada Real Segoviana.

Nuestro objetivo es el Medio Celemín, desde el que descenderemos por los diferentes senderos y trialeras que justifican nuestra presencia en la zona. Subimos por la cañada, pista ancha y de buen firme, agrupados y sin prisas, acompañados de las cuatro gotas que se resisten a abandonarnos y a las que no prestamos la mínima atención. En poco más de una hora hemos recorrido 15km y ascendido 550m y nos disponemos a colocarnos las protecciones para afrontar la trialera que nos llevará a las proximidades de Valdemanco.

La primera parte de esta trialera nos ofrece grandes y divertidas losas de granito, en las que el agua y el musgo nos obligan a extremar las atención, a afinar la trazada y a olvidar los frenos, que algún susto que otro nos provocan. Disfrutamos mucho con el aliciente de la humedad y no disminuimos la velocidad con la que normalmente bajamos por estos caminos, ventajas de haber rodado en muchas ocasiones por ellos. La segunda parte de la senda está más rota que la primera, y nos regala surcos y piedras sueltas, de esas que amenzan (y algunas veces cumplen) con golpearte el cuadro, los pedales, las tibias o los tobillos.

Como todo lo bueno, se hace breve, y en pocos minutos estamos cerca del cementerio nuevo de Valdemanco, antes del cual nos desviamos hacia el este por un rampón hormigonado que nos lleva hacia el Peñascal de las Malezas. Pedaleamos por una divertida senda, con algunos pasos técnicos, que llanea hacia el collado de la Cabeza. Estamos en una zona que hay que conocer bien para no equivocarte de sendero y llegar a tu destino, que, en nuestro caso, es la trialera del Convento. El terreno está en condiciones óptimas, con la humedad precisa, a excepción de las piedras, que resbalan lo suyo.

Disfrutamos, con precaución por los senderistas y por las zonas mojadas, los dos kilómetros de trialera, muy disfrutona y con algún paso técnico de los de salir del sillín y echarle valor. Con algún susto pero ningún percance concluimos la bajada, que nos deja un magnífico sabor de boca. A estas alturas ya llevamos encima algo de barro, más decorativo que molesto. Estamos cerca de Valdemanco, en la carretera, que cruzamos para seguir rodando en dirección sur hacia Navalafuente.

4 kilómetros de descenso pos senderos y pistas que nos llevan hasta las canteras, acompañados casi todo el camino por el arroyo de Albalá y las cuatro gotas que continúan cayendo. No tenemos la sensación de estar mojados, nuestra ropa cumple su cometido y nos mantiene más o menos secos. Cada vez nos sentimos más satisfechos por no habernos dejado amedrentar por la lluvia.

Unos buenos rampones finales nos conducen hasta la carretera que va de Cabanillas a Bustarviejo, que cruzamos para tomar la última trialera del día hacia los coches. El Balcón de Navalafuente es una senda estrecha de un par de kilómetros con mucho flow, rápida, sin demasiadas complicaciones técnicas pero con pasos picantes, donde llevar una buena velocidad ayuda a salvarlos con éxito. Disfrutamos cada metro de la senda, conscientes de que la ruta toca a su fin y no nos queda más placer que el de las cervezas y las risas con las que concluimos siempre una jornada de MTB.

En menos de tres horas hemos completado los 30km de distancia y los 800m de desnivel acumulado, satisfechos pero con ganas de más (como siempre) y con unas magnificas sensaciones después de haber rodado sobre piedras y bajo la lluvia. Y bien salpicados de barro, tanto nosotros como nuestras monturas, regresamos a casa barruntando sobre nuestra próxima aventura.